domingo, 24 de enero de 2010

Sólo Humano



Capítulo 14
Nuestro compromiso permaneció como nuestro pequeño secreto por casi dos semanas después. No estábamos escondiéndolo intencionalmente, para ser exactos, pero Edward confió en mí – después de darle bastante lata – que su padre no estaría complacido.
“No eres tú, para nada,” dijo de inmediato, tratando de tranquilizarme. “Mi padre lo ha tenido metido en su cabeza desde que nací, que iría a una gran escuela y me convertiría en abogado como él. Hasta ahora, no había nada más importante que la aprobación de mis padres, por eso nunca discutí. No creo que se lo tome bien… pero ahora que sé lo que quiero, nada va a detenerme.”
“Sabes que esperaría por ti, ¿cierto? ¿Si quisieras ir a la escuela? No quiero causarle problemas a tu familia…”
Edward simplemente se rió y me besó. “Aprecio eso, pero no puedo esperar tanto por ti. No te preocupes por mi padre; yo lo lidiaré. Y mi madre va a estar contentísima.”
No tenía duda que su madre estaría feliz, aunque sólo fuera por el hecho que Edward había dejado de lado sus ideas de ir a la guerra en una aventura heroica. Cada día, reportaba las noticias fielmente –con el alivio creciendo. Los Aliados acababan de ganar una larga batalla contra los alemanes, La Segunda Batalla del Marne, si recordaba correctamente mis lecciones de historia. Ahora habían lanzado una ofensiva. Los malos vientos de la guerra parecían estar girando bastante, lo que parecía confortar a todos. Sólo yo había sido privilegiada con el conocimiento que la guerra terminaría en noviembre.
Por lo demás, las cosas siguieron bastante iguales a como siempre habían sido durante esta época. Yo aún pasaba la mayor parte de mi tiempo con Edward, aunque trataba de ayudarle a Elizabeth en la casa tanto como me era posible –no era una tarea fácil, considerando que tenían una criada y una cocinera, pero trataba. Edward encontró cada vez más excusas para que nos escabulléramos a lugares solos, principalmente por el bien de robar acalorados besos. Entre Edward y la ridícula humedad de la región central de los estados unidos, mi cabeza estaba constantemente tambaleándose.
Sólo a mediados de agosto, cuando el padre de Edward mencionó en la cena que él debería estar empacando para regresar a la escuela, las cosas finalmente comenzaron a salir mal.
“Sabes que te quieren allí arriba una semana antes que empiece el trimestre. Eso no te deja mucho tiempo,” prosiguió, sin darse cuenta de mi repentina cara blanca y de Edward habiéndose congelado en su lugar.
Edward tragó con dificulta el bocado que había estado mascando y miró a mis ojos rápidamente antes de responder.
“De hecho, Padre, sobre eso… he decidido que no quiero regresar a la escuela.”
Pude ver la quijada del Sr. Edward cerrarse por la rabia y a Edward preparándose para la confrontación, pero de repente me sentí como una espectadora extraña mientras un horroroso descubrimiento me invadió.
Edward estaría en Chicago cuando la epidemia golpeara por causa.
Si él se marchaba al internado como estaba supuesto, no estaría en la ciudad. Podría nunca atrapar la enfermedad. No sería llevado al hospital de Carlisle. Él no sería cambiado.
Edward permanecería humano… tendría la vida que siempre quiso…
Estaba paralizada por la aterradora y enfermiza noción que el futuro era dudoso. Mis instintos volaron en miles de direcciones. De un lado estaba el impulso de proteger a Edward a cualquier costo…del otro lado estaba la necesidad de proteger mi futuro por encima de todo. ¿Qué podía hacer?
“Tal vez deberíamos discutir esto en mi oficina,” escuché al Sr. Masen decir mientras se paraba de la mesa, cubiertos haciendo ruido contra su plato.
Edward se paró en silencio para seguirlo. No hubiera sabido que no estaba nada nervioso si no le hubiera dado un fuerte apretón a mi mano antes de seguir a su padre fuera del cuarto.
“No te preocupes,” dijo Elizabeth, mirándome a través de sus pestañas. Mi rostro debió haber dado señas de mi angustia. “Ellos sólo están siendo padre e hijo.”
Asentí débilmente. Mi mente todavía se estaba devanando y necesitaba estar sola para pensar. Rápidamente me excusé de la mesa y me apuré hacia mi cuarto. Lo que realmente quería era hablar con alguien –Carlisle, tal vez- pero era demasiado tarde para salir sola. La última cosa que quería ahora era otra confrontación con los de la calaña de Norman Bouchard.
¿Qué se supone que debía hacer? ¿Qué pasaría si convencía a Edward de dejar Chicago? Él Podría evitar la enfermedad totalmente… podríamos casarnos y tener hijos y envejecer… pero entonces él estaría muerto antes que yo si quiera tuviera la oportunidad de conocerlo… ¿y entonces cómo pediría el deseo que me envió aquí? ¿Y cuál era la garantía que podría funcionar de esa forma? Podría ahorrarle a Edward la epidemia en Chicago, sólo para que la contrajera en cualquier otro lugar… lejos de Carlisle, quien podía salvarlo…
¿Cómo podría arriesgar el destino de este Edward y el de mi futuro Edward? Tal vez tenía que dejar que las cosas ocurrieran de acuerdo a la historia que yo conocía. Pero si me mantenía al margen y no hacía nada cuando sabia lo que se venía, ¿era eso lo mismo que condenar a Edward a condenación que él siempre había maldecido? ¿Qué querría él?
Quizás realmente me era imposible cambiar algo. Cualquier cosa que evitara que Edward se convirtiera en vampiro cambiaría mi futuro de forma que me impediría estar alguna vez en el pasado. Si no conocía a Edward en el 2005, ciertamente no pediría un deseo con mi torta de cumpleaños en el 2006 que me enviaría a 1918.
¿Y quién iba a decir que yo podría convencer a Edward de dejar Chicago? Él era posiblemente más terco que yo.
No importa lo que hiciera, consecuencias desastrosas eran posibles. Ya sea si destruyera mi futuro o las cosas se quedaban exactamente igual y yo viera a Edward pasar por el infierno… iba a doler
Tal vez significa que no importa lo que hagas, las cosas van a salir de la forma en que se supone deben.” La voz de Carlisle hizo eco en mi cabeza. Y tal vez él estaba en lo cierto. Tal vez no había forma para mí de cambiar las cosas de su curso previsto, y tal vez no debería tratar.
Un suave golpe sonó sobre mi puerta, la inconfundible firma de Edward. “Pasa,” llamé.
Él entró, cerrando la puerta suavemente tras de sí, y luego se tendió cansado sobre mí cama junto a mí como si fuera una vieja costumbre. Se estaba volviendo una costumbre, noté, absorbiendo el familiar cuadro de él tirando su brazo sobre sus ojos, como hacía cuando había pasado por una exasperante y traumática experiencia.
“¿Qué pasó?” pregunté, estirando mi mano para cepillar con mis dedos su cabello. Lo que siempre me había admirado era que su cabello era exactamente igual de suave de vampiro a como era ahora, como humano. Sólo el calor emanando de su cuero cabelludo era diferente.
Edward dejó caer su brazo y me sonrió. “Fue bastante bien. No me va a hacer regresar a la escuela, pero insiste en que trate un trabajo en una firma de abogados, esperando que cambie mi modo de pensar. Está bien; iba a conseguir un trabajo de todas formas. Ahora se donde estaré trabajando.”
Le fruncí el ceño a su sonrisa forzada. “Pero eso no es lo que tú quieres.”
Su respuesta fue quitar mi mano de su cabello y besarla. Mi corazón trastabilló en mi pecho, tan torpe como yo. “No te preocupes por eso, Bella. Tal vez no es lo que quiero estar haciendo, pero sólo tengo que hacerlo por el tiempo suficiente para tranquilizar a mi padre. Y mientras pueda ver tu cara al final del día, no me importa lo que haga.”
Sólo pude suspirar un poco distraídamente y agacharme para rozar mis labios contra los suyos. Una declaración como esa sólo podía ser recompensada con un beso.
Él sonrió mientras me alejaba, agarrando mi mano con fuerza. “Ves, eso es todo lo que necesito. No tienes idea de cuan aliviado me siento. A veces soy un cobarde terrible, sabes – había estado aplazando esa conversación por tanto tiempo porque estaba tan asustado que él me haría irme.” Su cara estaba abatida, sus ojos se nublaban con algo que reconocí, esa sensación de pavor y miedo que iba junto con necesitar a alguien tanto que uno vivía con miedo de que esa persona te fuera arrebata.
“Podríamos haber escapado juntos si él lo hubiera hecho,” ofrecí, bromeando un poco, tratando de borrar la tensión. “Si pudieras encontrar una forma de traer a casa el tocino, yo podría cocinarlo.”
Él se rió entre dientes. “Supongo que estaba preocupado por nada. Tonto de mí. Creo que podría lidiar con todo, siempre que estés conmigo.”
Le sonreí de regreso, dándome cuenta que estaba pensando sobro este de forma completamente equivocada. Edward estaba en lo correcto. Estábamos destinados a estar juntos, y quedarnos así era nuestra mejor apuesta. Tratar de alejar a Edward no ayudaría. Sólo podía quedarme a su lado y tratar de hacerlo feliz por el tiempo que tuviera con él.
“¿Por qué es esa sonrisa?” preguntó, estirando su mano para pasar sus dedos a lo largo de mi mentón.
“Por ti,” respondí sencillamente.
“Hmm. Podría acostumbrarme a eso,” bromeó, tomando mi mano de nuevo. Disfruté la forma en que jugaba ociosamente con mis dedos –sin pensar, sin temor de romperme. Cuando yo sea vampiro…pero ahora no era el momento para ese pensamiento. Él lo vería en mi rostro, y no quería que pensara que había aunque sea una parte de mí que no estuviera con él.
“Bella...” comenzó Edward vacilante, aunque un asomo de malicia jugueteó en sus ojos, “¿Estarías terriblemente ofendida si tratara de escabullirme dentro de tu cuarto esta noche?”
Me reí fuerte, preguntándome que estaba pasando por su cabeza. “¿Crees que eso causaría un escándalo?”
Sonriendo suavemente, él respondió, “creo que correría el riesgo por la oportunidad de sostenerte en mis brazos. Sólo para dormir, lo prometo.”
Me deslicé hacia abajo para acostarme junto a él, mirándolo a la cara. “¿Sólo dormir? No lo se. No podría ir sin al menos uno o dos besos.”
Edward fingió un suspiro de enojo. “Si ese es el precio que tengo que pagar… supongo que te daré lo que quieres.”
Sonreí. “¿Entonces te veo en unas horas?”
“Definitivamente,” prometió, inclinándose para besarme rápidamente. Lo miré irse con una sonrisa; era fácil el verse atrapada mirándolo, estudiando la forma en que se movía, la vida en cada sencillo paso suyo.
Fiel a su palabra, Edward regresó después que sus padres se habían ido a dormir. Estaba adorable en su juvenil camisa de dormir y sus pantalones cortos mientras se deslizaba bajo las sábanas junto a mí. Con gusto enredé mis piernas con las suyas mientras él se retorcía más cerca, pasando un brazo alrededor de mi cintura.
“Estás caliente,” suspiró felizmente, acariciando con su nariz mi cabello y hombro.
“Tus pies están fríos,” respondí, todavía sonriendo. No estaban ni de cerca tan fríos a como estaba acostumbrada.
“Pronto podremos hacer esto cada noche,” dijo; no podía ver su cara, pero podía sentirlo sonriendo.
“Podremos hacer un poco más que eso,” señalé, satisfecha cuando él se tensó contra mí.
“¡Bella!”
“Lo siento,” contuve una risotada; apretando su brazo en disculpa. “Eres lindo cuando tas abochornado.”
“Oh, ¿en serio?” Gruñó juguetonamente mientras me arrinconaba bajo él. “Creo que sería mucho más lindo si fueras la abochornada.”
“¿Crees que puedes abochornarme?” me burlé, aunque tenía la sensación que me haría comerme mis palabras. Edward no tenía talento más grande en la vida que el encantarme hasta la sumisión, en cualquier momento.
“Se que puedo,” dijo, su cálido aliento moviéndose por mi cara. Mis labios hormiguearon mientras encontraba su mirada, destellando con maldad en la oscuridad, iluminada sólo por la luz de la luna. Era casi como tener a mi vampiro de regreso, viendo esa mirada de predador sobre su cara con la sonrisa de suficiencia.
“Vale,” cedí, enrollando mis brazos alrededor de su cuello. “Tu ganas.”
Él sonrió triunfante y me besó felizmente quitándome el aliento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario