viernes, 11 de septiembre de 2009

Sólo Humano 3


Capítulo 3

Me encontré a mi misma sentada sola en un cuarto de huéspedes en la casa de la familia Masen. La cama era una divina y lujosa cosa, los altos postes de madera finamente tallados teñidos, el cobertor grueso y cálido. El empapelado era elegante, la alfombra de un lindo color verde savia. Era tan bonito como cualquier lugar en el que jamás había estado.

Y a pesar de los agradables alrededores, a pesar del vestido manga larga que parecía cubrir cada parte de mí, sentía frío a todo momento.

¿Cómo era posible esto? ¿Cómo pude estar pidiendo un deseo sobre mi torta de cumpleaños un momento, y al siguiente estar parada en medio de Chicago, casi un siglo en el pasado?

Pedir un deseo… eso no podría ser… ¿podría? Había deseado poder darle a Edward experiencias humanas, ¿no?

“No me refería a ello tan literalmente,” mascullé para mi misma, enterrando mi cara en mis manos. Esto era imposible. Seguro, yo había visto un resto de cosas imposibles desde que conocí a Edward, ¿pero viaje en el tiempo? Y por un deseo de una torta de cumpleaños, ¡ni más ni menos!

Aunque con las rarezas podía lidiar. Incluso era un poco… vacano, en serio. Tenía la oportunidad de ver a Edward como humano, como el adolescente normal que una vez fue, pero me tenía que preguntar cual era el precio. ¿Volvería a ver a mi Edward de nuevo? ¿Y si no había forma de regresar a mi tiempo y lugar? Traté de imaginarme viviendo el resto de mi vida aquí, envejeciendo, muriendo… perdiendo cualquier oportunidad de eternidad con Edward. El dolor que apuñaló mi pecho fue insoportable, y las lágrimas que habían estado haciendo picar mis ojos desde que la Sra. Masen me dejó sola finalmente se desbordaron.

¿Era esto al menos real? ¿Podría ser real? Seguramente solo había caído y estaba alucinando todo esto como resultado de una contusión. Tal vez estaba completamente esquizofrénica y lo había estado imaginando… aunque la idea era tan mala como todo esto siendo real.

Si yo realmente estaba en el pasado, ¿cuáles serían las ramificaciones en el futuro? Si cambiaba las cosas de alguna manera, si este Edward nunca caía enfermo y se convertía en vampiro, entonces yo nunca lo conocería en el futuro y por lo tanto nunca regresaría en el tiempo, pero entonces yo no estaría por ahí para cambiar nada…

Tratar de pensar sobre eso hizo que me doliera la cabeza, por lo que me rendí. Claramente, no había nada en mi poder que pudiera hacer para cambiar la situación, así que no tenía opción más que ser jalada por la corriente.

Si sólo mi vampiro estuviera aquí para protegerme…

Un suave golpe sobre la puerta interrumpió mis pensamientos e instintivamente supe que sería Edward. La duda y sutileza no se había marchitado a lo largo de 80 años. Casi le digo que pasara, pero no estaba segura de cuan propio era eso en este tiempo -¿Por qué nunca me había molestado en aprender más sobre el mundo en el que Edward creció?- de modo que fui a abrir la puerta yo misma.

Él estaba parado allí, hombros levemente encorvados, lleno de vida. Sus ojos eran penetrantes al encontrarse con los míos.

“Vine para ver como estabas - ¿has estado llorando?” Preguntó mientras yo limpiaba rápidamente las lágrimas de mis mejillas.

“Oh, si, pero no es nada. Estoy bien,” mentí. Él achicó sus ojos, y supe que veía justo a través de mí.

“¿Puedo hacer algo?” preguntó, y yo retuve un suspiro de alivio al ver que no preguntó por una explicación.

“Gracias, pero no,” dije atrapada en sus ojos. Eran los mismos ojos que siempre habían parecido penetrar a través de mí, y aún así, eran tan diferentes… “No hay nada que pueda ser hecho.”

“Lamento escuchar eso,” dijo Edward, parado de forma torpe en el marco de la puerta. “¿Mejoraría tal vez tu humor el acompañarme en un recado? Parece que mi madre ha olvidado un ingrediente crucial para la comida de esta noche.”

Era imposible el rehusarse. “Eso suena bien. Dame un momento.”

“Esperaré abajo,” dijo él, dejándome para contemplar en vano mi reflejo en el espejo del tocador. Ahora tenía puesta la ropa correcta, pero ninguna de las mujeres aquí parecía usar su cabello suelto, y yo no tenía forma de recoger el mío. Suspiré, frustrada, y levanté las manos para juguetear con los mechones sueltos, pero un destello de luz contra mi dedo me detuvo.

Mi anillo de bodas, junto con el anillo de compromiso que yo no había querido dejar de usar, centellearon sobre mi dedo anular. Una onda de pánico me golpeó. Ese anillo había pertenecido a la madre de Edward –lo mujer que acababa de acogerme. ¿Había visto ella el anillo? ¿Edward? Seguramente pensarían que era una ladrona si me veían usándolo. A toda prima mee saqué ambos anillos de mi mano, sintiendo una punzada de tristeza por la perdida. Edward había puesto esos anillos en mis dedos y se había atado a si mismo a mi por la eternidad. Detestaba romper ese lazo, incluso figurativamente.

Después de eso, el estado de mi cabello no pareció importar tanto. Lo dejé suelto mientras fui a encontrar a Edward en la sala.

Él se puso de pie de inmediato y me saludó con una sonrisa, una muy familiar sonrisa ladeada que hizo que mi corazón se volcara. Forcé mis labios a sonreír de regreso.

“¿A dónde nos dirigimos?” pregunté. Él ofreció su brazo y lo tomé indecisa.

“Al mercado, naturalmente,” dijo, guiándome fuera de la puerta y bajo la calle en la dirección en la que habíamos venido esta mañana. “Necesitamos apio, aparentemente.”

“Apio,” repetí, golpeada bruscamente por el hecho de que este Edward comía. Me abofeteé a mi misa. Claro que comía- era humano. “¿Te gusta el apio?”

“No particularmente,” dijo, perplejo. Podría decir que estaba tratando de entender lo que yo estaba pensando. Evidentemente, algunas cosas no cambiaban. “¿Y tú?”

“No,” dije yo, sonrojándome por la ridiculez de la conversación. Buena esa, Bella.

“¿Tienes una postura sobre el brócoli, entonces? Yo lo encuentro terriblemente desagradable.” Su tono era serio, pero sus ojos eran brillantes, burlones.

“Soy indiferente,” dije, tratando de controlar mi rubor, como si eso hubiera funcionado alguna vez. “¿Qué te gusta comer, entonces?”

Edward sonrió abiertamente. “Honestamente, soy un goloso terrible. Me gusta todo lo dulce.”

Me reí y me pregunté como se relacionaba eso con mi Edward. Él había dicho que yo olía floral… dulce. Me pregunté como le sabía el puma a él, y si tanto había cambiado realmente. Hasta ahora, parecía que Edward era en muchas formas el mismo, poniendo de lado la dieta y las funciones fisiológicas. Eso me asustó, tal vez más de lo que debería… probablemente porque ya estaba comenzando a enamorarme de este Edward. De alguna forma ello se sentía mal, como si engañara a mi Edward… y aún así, era la misma persona….

“¿Y qué sobre ti?” preguntó mientras pasábamos el lugar donde me había encontrado antes.

Luché por recordar lo que habíamos estado discutiendo. “Pasta,” dije. “Cualquier clase de parta.”

Una de sus cejas se levantó. “Interesante.”

“¿Por qué es eso interesante?” Estábamos alcanzando un área más atestada ahora, y la gente me estaba mirando fijamente sin pena. Yo sabía que mi apariencia debía resaltar… me pregunté si alguno de ellos sospechaba…

“¿Honestamente? Mi madre insistió en cambiar el menú de esta noche una vez llegaste. Juró que querrías pasta. Algunas veces me pregunto sobre su…”

Parpadeé. Ella sonaba como Alice. “Tu madre es muy perceptiva.”

Edward sonrió. “A veces de manera alarmante. Ella parece saber siempre de manera exacta qué está en mi cabeza, no importa cuanto me esfuerce por escondérselo.”

“¿Cómo qué?” pregunté, ansiosa por mantenerlo hablando. Él se giró para mirarme, su piel brillando en el sol –pero de la forma humana. Sus labios se retorcieron hacia arriba y me pregunté como de suaves se sentirían.

“Ella supo tan pronto como comencé a pensar en que me gustaría pelear en la guerra. Ha estado haciendo todo lo que puede para tratar de mantenerme aquí desde entonces. Pero tan pronto como tenga 18, probablemente seré reclutado y entonces no tendrá opción.”

Mordí mi labio, pensando sobre la ironía que la guerra estaría acabada antes que él cumpliera 18 –y entonces que, si las cosas salían de la forma en que se suponía debían, él sería un vampiro antes de cumplir 18…

“¿Por qué quieres luchar?” pregunté, ahogando el miedo. No miedo por su seguridad –sabía que el no iría-. Sino miedo porque lo perdería, sin forma de regresar al futuro…

“Cuando la guerra termine,” dijo seriamente, deteniéndose y forzándome a girar, “los hombres que pelearon serán los hombres más respetados en el país. No quiero quedarme atrás y ser pensado un cobarde, o tener gente diciendo que yo no tenía lo que se necesitaba.”

Este no era el Edward que yo conocía. ¿O sí? Tal vez este era sólo otro aspecto de lo que yo había considerado era su complejo de mártir. Y pensé en lo que me había dicho una vez, como había llenado su cabeza con ideas de ser soldado…

Yo siempre era ese chico… No pensaba en más que en la gloria idealizada de la guerra que estaban vendiendo a potenciales reclutas entonces…pero si te hubiera encontrado, no hay duda en mi mente de cómo hubiera procedido. Yo era ese chico, quien se hubiera –tan pronto como descubriera que tú eras lo que estaba buscando- puesto en una rodilla y procurado asegurar tu mano. Te hubiera querido por la eternidad, incluso cuando la palabra no tuviera las mismas connotaciones.

“¿Pero y si no regresas?” me encontré a mi misma preguntando, extrañando a mi Edward más que nunca. “Millones de hombres están muriendo por allá. ¿Preferirías morir que ser pensado débil? ¿No hay nada que realmente quieras hacer?”

Él inclinó su cabeza de forma curiosa. “¿Haces siempre tantas preguntas?”

Recordé una noche hace mucho tiempo, conduciendo a través la oscuridad y preguntando cosas sólo para que la noche no terminara. “Si,” dije, por una vez sin sonrojarme. “Soy curiosa.”

Se encogió de hombros. “Realmente nunca he sabido lo que quiero,” dijo. “Pero quiero hacer algo con mi vida.”

“Creo que lo harás,” dije, dándole un apretón al brazo que me habría ofrecido otra vez.

“Espero que estés en lo correcto,” dijo con una sonrisa. “Bueno, estamos aquí.”

Me di cuenta que estábamos en un área mucho más repleta, y mientras miraba alrededor, vi lo que el “mercado” era. Era un enorme mercado al aire libre con aparentemente interminables puestos vendiendo vegetales, frutas, granos, y productos no comestibles también – el puesto de un carpintero vendiendo varios mobiliarios, una mujer de edad vendiendo artículos para tejer…

“¿Todas estas personas están aquí cada día?” pregunté con asombro, siendo jalada por Edward mientras él serpenteaba los puestos.

“Algunos de ellos,” dijo, deteniéndose para inspeccionar un puesto que consistía en un poco más que varios barriles de vegetales en una carreta. Sacudió su cabeza para sí y continuó. “Otros sólo vienen ocasionalmente, para hacer negocios. La mayoría de los artesanos tienen tiendas propias.”

“Oh.” Todo era tan… a la antigua. “No hay nada como esto en Washington.”

Edward rió. “Estoy seguro que te has perdido mucho por allí en el medio de la nada.”

Con el tiempo encontramos el bastante evasivo apio y nos pusimos a mirar las mercancías menos comestibles. Me encontré a mi misma atraída hacia una mesa cubierta en joyería. Hileras e hileras de anillos descansaban frente a mí, pero uno atrapó mi atención –topacio puesto de manera poco convencional en plata. En mi mente, el topacio se convirtió en los ojos de Edward la mañana después de nuestra boda, encendidos con alegría mientras él me sonreía de oreja a oreja. El sol había salido ese día, como un presagio, y la luz a través de las ventanas hacía que su cuerpo desnudo brillara mientras él se sostenía sobre mí. Mis manos se agarraron el borde de la mesa delante de mí y cerré mis ojos, conteniendo mis lágrimas. Más que nada, quería sus fuertes y fríos brazos alrededor de mí y su voz en mi oído, diciendo que todo era un sueño…

En su lugar, una cálida mano sacudió gentilmente mi hombro, y tuve que abrir mis ojos hacia la realidad otra vez.

“¿Bella? ¿Qué ocurre?” preguntó, mirando de mi expresión de agonía a la mesa a la que aún me aferraba por apoyo. Sus ojos viajaron sobre los anillos y de regreso a mí. “Tu… dejaste a alguien atrás, ¿verdad? ¿En Washington?”

Tragué con dificultad “M-mas o menos. Estuvo fuera de mi control. No hubo nada que pudiera hacer…”

“¿Estabas enamorada? Preguntó suavemente, permitiéndome mirar lejos.

“Si,” suspiré.

Él apretó mi hombro. “Lo siento. Desearía… desearía que hubiera algo que yo pudiera hacer….”

“Gracias,” dije, estirando mi mano para ponerla sobre la suya. “Vamos a casa, ¿si?”

“Por supuesto,” aceptó, tomando mi mano. El tema no volvió a salir a tono.

No hay comentarios:

Publicar un comentario